martes, 12 de enero de 2016

La lluvia

No llueve. Es extraño, pero a veces aunque no llueva llega la tristeza. En estos casos llega sin paraguas. No tiene que esperar secarse en la entrada, así que pasa rápidamente. Se sienta y mira a su alrededor como si nunca hubiera venido. Llega sin catarro, hablando con tanta claridad que apenas se le reconoce. Pero no es sólo por su voz que se le nota diferente. Se le ve más alta y radiante. Es como si estando seca aumentara un par de centímetros, o como si durante ese tiempo en el que permaneció lejos, la vida, también a ella, la hubiera tratado de maravilla.  
Más tarde, ya terminada su espectacular entrada, tú caes en cuenta. Ahí está ella, sentada junto a ti. Tan grandota que casi te produce miedo. Tan preciosa que casi se te escapa un cumplido. Y de pronto tú, con un coraje que no entiendes, la interrogas con una mirada. Y ella te responde con un gesto la pregunta que le hiciste sin palabras: “Sí, realmente soy yo, pero no te preocupes, sólo pasaba por aquí, hacía mucho calor afuera y se me ocurrió que tal vez podrías ofrecerme algo de tomar”. Y tú te haces el sorprendido, como debe ser, a pesar de que sientes como si en este momento tan absurdo, en el que no llueve, la hubieras estado esperando.
Entre ella que mira y reconoce y tú que miras y especulas, pasan apenas algunos segundos. Pero pasan tal y como se espera que pasen en estos momentos: como si fueran horas. Luego ella, sin dejar de mirarte ni un momento, cambia la expresión en su rostro. Ahora está como esperando que le hables. Tú piensas en decirle que te agrada verla pero no lo haces. Eso puede no gustarle mucho, y en el fondo no quieres ofenderla. Le ofreces vino y ella acepta. Después de un par de copas todo es diferente, hasta te atreves a contarle de tus últimas alegrías y casi ríen juntos. De pronto, en medio de la conversación, y sin que nadie se de cuenta, ha empezado a llover. 

Le ofreces otra copa de vino y ella la rechaza alegando que no piensa excederse con el licor, y concluye diciendo “no vaya a ser que terminemos amaneciendo juntos”. Sin embargo, tú sigues tomando mientras la lluvia arrecia, y con una botella de vino que está cada vez más vacía, la conversación se va haciendo más incoherente, y ella se va haciendo más guapa. No estás seguro si es por causa del alcohol, pero en ese momento jurarías que nunca te ha gustado tanto tu tristeza. Así que, absolutamente ebrio, te llenas de valor y le pides que se quede, mientras ella te quita la ropa y te ayuda a acostarte. Ella te regala como respuesta una de esas sonrisas que se dan los amantes cuando quieren decir que tal vez mañana. Luego te hace un guiño, se despide como si no fuera a volver nunca, y se marcha bajo la lluvia. Es extraño, pero a veces aunque llueva nos deja la tristeza. 


                                                                             - Un tan Gabriel




No hay comentarios.:

Publicar un comentario